diumenge, 9 d’octubre del 2016

¿Investidura, terceras elecciones o proceso constituyente?

Desde que se convocaron elecciones generales el pasado 20 de diciembre de 2015 y de nuevo el 26 de junio de 2016, hemos vivido, además de esos dos procesos electorales, dos sesiones de investidura –ambas fallidas– con distintos candidatos (Pedro Sánchez –PSOE– y Mariano Rajoy –PP–). Se trata, sin duda, de una situación inédita en el panorama político español, dado que todas y cada una de las votaciones de investidura desde el año 1979 fueron exitosas. Cierto es que algunas lo fueron con más votos a favor que otras (o con más o menos partidos que votaron sí), pero todas, absolutamente todas, tuvieron éxito; aunque en el caso de los presidentes Calvo Sotelo en 1981 y Rodríguez Zapatero en 2008, se alcanzara en segunda votación por mayoría simple. En todas ellas, eso sí, el principal partido de la oposición votó en contra –de acuerdo con su naturaleza de partido de oposición– mientras que esta vez para investir a Rajoy, se especula (o mejor dicho, se presiona desde ciertos ámbitos con capacidad de influencia) con la posible abstención de miembros del PSOE.
La verdad es que las votaciones de investidura fueron «plácidas» hasta que llegó la crisis del bipartidismo o turnismo –palabra con una acepción más negativa, pero también más acertada–, que es la forma que tomó el parlamentarismo en España a partir del fin de la transición –con el fallido golpe de estado en 1981– y la mayoría absoluta del PSOE en las elecciones de 1982.
De hecho, la suma de porcentajes de voto al PP y al PSOE se mantuvo bastante alta desde esa fecha: en 1982 ya alcanzó el 74,47%, un índice que –con la única excepción de 1989 cuando descendió 9 puntos porcentuales–, iría aumentando en todos los comicios celebrados hasta el año 2008, cuando alcanzó su cénit, con el 83,81%. En 2011, aunque dicho porcentaje volvió a descender, aún se mantuvo en los niveles de la década de los años 80.
Ese año, el nivel de conflictividad social fue extremadamente alto en España y el 15-M ya había irrumpido en las calles, poniendo en cuestión, precisamente, a los partidos del turnismo, señalándolos como responsables de la situación de empobrecimiento y desposesión de las clases medias y trabajadoras. En realidad, la desafección democrática no era algo nuevo. De hecho, ya estaba extendida entre la ciudadanía antes de que llegara la crisis sistémica de 2008. Sin embargo, el 15-M moldeó dicha desafección, convirtiéndola en el mayor fenómeno de repolitización de las clases medias desde la instauración del régimen del 78.
A pesar de ello, las consecuencias de la crisis económica y social que se evidenciaron en ese momento no tuvieron una traslación directa, o al menos inmediata, al sistema electoral, dado que, en mi opinión, se mantuvo la oferta de partidos existente. Después emergería Podemos, como un gran catalizador de ese “No nos representan” y a continuación, a modo de reverso, Ciudadanos. Ya entonces la suma de porcentaje de votos entre PSOE y PP caería a casi la mitad en la siguiente cita electoral: hasta el 50,72% en diciembre de 2015.
El prestigioso analista demoscópico Jaime Miquel fue uno de los primeros en vaticinar el fin del bipartidismo y la imposibilidad de sumar mayorías absolutas. Y en esas estamos. Obviamente, la situación de bloqueo institucional no se debe a una simple cuestión aritmética, sino a una corriente de fondo que se concreta en un agotamiento del ciclo político y, más allá de eso, en una crisis del régimen político instaurado con la Transición española. Otra cosa distinta es cuál sea finalmente la salida inmediata que se le dé a esta situación: ¿Investidura o terceras elecciones?
Mientras tanto, la sensación de hastío ciudadano parece generalizada. Es más, diría que tiene visos de alargarse en el tiempo, dado que, según señala Jorge Galindo, dos hipótesis aparentemente contradictorias flotan en el debate público: los votantes españoles están hartos de la parálisis y quieren un gobierno; esos mismos votantes españoles tienen preferencias tan distintas que montar un gobierno con las piezas actuales es imposible debido a los vetos cruzados. Como la vía de la izquierda y la nacionalista para cerrar acuerdos están dormidas, la cuestión suele plantearse como un dilema entre la abstención del PSOE para permitir el gobierno de Rajoy y repetir elecciones una vez más. Tal y cómo apunta este autor, ambas hipótesis podrían ser ciertas, pero la elección sería en realidad mucho más compleja.
Tanto es así que una salida al bloqueo en forma de investidura o en forma de terceras elecciones no supondría en ningún caso una solución en términos “clásicos”: es decir, una vuelta al tiempo de las mayorías absolutas como equivalente de gobierno estable. Lo cierto es que el comportamiento electoral de los españoles ha mudado y los viejos tiempos no volverán, por mucho que algunos se empeñen. Ante este hecho, el fin de la crisis de régimen transita, a mi modo de ver, por dos caminos posibles: una nueva transición por arriba, preferida por las élites, que es la alternativa que al parecer está ganando terreno en los últimos tiempos y que, sin duda, supondría un nuevo proceso de despolitización de las clases medias; y un proceso constituyente por abajo, que es la alternativa que se aleja cada vez más, una vez el sistema político ha “neutralizado” y “asimilado” a las fuerzas rupturistas, quedando indemne el statu quo.
Cuándo y cómo se llegará al fin de esta crisis de régimen es algo que nadie puede predecir. Actualmente, la única certeza que podemos tener es que en política no hay certezas, así que sólo nos queda observar la realidad y reflexionar aun a riesgo de equivocarnos. Eso es, precisamente, lo que he intentado hacer en estas líneas.