M'he quedat bocabadada. I crec que no és per a menys. Avui, quan he obert la secció d'opinió del diari El Mundo -insistisc, de El Mundo- m'he trobat amb açò (!!!):
Una lectura actual de 'El capital'
DECÍA Malraux que la política había sustituido al destino en el siglo XX. Si fue así, el destino del siglo pasado fue la política. Pero el siglo se acabó en 1989 con la caída del Muro de Berlín, que marcó el final de las ideologías.
Lo que ha surgido de forma arrolladora en el siglo XXI es la economía, el gran paradigma para entender el mundo. La crisis ha resucitado a Karl Marx, que puso Crítica de la economía política como subtítulo a El Capital. Marx invirtió el viejo postulado de que la conciencia determina la existencia y le dio la vuelta: son las relaciones de producción las que condicionan nuestra percepción de la realidad.
Los discursos que ha generado la crisis son profundamente marxistas porque lo reducen todo a las leyes de la economía e ignoran el profundo calado político de lo que ha sucedido: que es la propia lógica del mercado -dictada por los intereses de una minoría- quien ha provocado la crisis y lo que impide la salida.
Marx creía que el final del capitalismo vendría de la acumulación de plusvalías (primer libro de El Capital). Fue el filósofo alemán quien mejor analizó el factor multiplicador del dinero, la esencia de la especulación financiera, a partir de la teoría del valor de David Ricardo.
Pero Marx se equivocó porque minusvaloró la capacidad del capitalismo para redistribuir rentas sin poner freno a la especulación. Esta sintesis dialéctica provocó el aniquilamiento del sindicalismo obrero y el desarrollo del capitalismo avanzado, como muy bien analizó Marcuse en El hombre unidimensional.
Durante las últimas décadas hemos asistido al triunfo de un capitalismo financiero, ligado al final de las ideologías y de la política, o, como diría Marcuse, a la consolidación de un sistema capaz de integrar todas las alternativas dentro del modelo dominante del mercado («la sociedad cerrada»).
Pero lo que ha estallado es precisamente ese modelo, esa lógica del mercado, que es hoy un cadáver al que todos intentan resucitar sin querer darse cuenta de que su muerte es inevitable.
No es la economía la que nos puede sacar de esta crisis, sino la política. Hay que acabar con los embaucadores que nos venden que la salida está en el G-20 y en la reforma de un sistema financiero irreformable.
La solución está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Tanto que formamos parte de ella. Hay que volver a la política sin caer en los errores que provocaron las terribles masacres de un siglo XX desgarrado entre el fascismo y el comunismo.
Hay que invertir las prioridades y poner por delante la política, lo cual no tiene nada que ver con pactos entre los partidos ni con el consenso que propone el Rey, que implica cambiar para que todo siga igual.
La política supone la creación de una nueva escala de valores, de nuevas categorías para entender y cambiar la realidad. La solución a nuestros males pasa por el final de la tecnocracia y el renacimiento de la utopía, que es el motor que puede transformar el mundo. O sea, que nuestra conciencia vuelva a determinar el rumbo de nuestra existencia, que en eso consiste la libertad.
Una lectura actual de 'El capital'
DECÍA Malraux que la política había sustituido al destino en el siglo XX. Si fue así, el destino del siglo pasado fue la política. Pero el siglo se acabó en 1989 con la caída del Muro de Berlín, que marcó el final de las ideologías.
Lo que ha surgido de forma arrolladora en el siglo XXI es la economía, el gran paradigma para entender el mundo. La crisis ha resucitado a Karl Marx, que puso Crítica de la economía política como subtítulo a El Capital. Marx invirtió el viejo postulado de que la conciencia determina la existencia y le dio la vuelta: son las relaciones de producción las que condicionan nuestra percepción de la realidad.
Los discursos que ha generado la crisis son profundamente marxistas porque lo reducen todo a las leyes de la economía e ignoran el profundo calado político de lo que ha sucedido: que es la propia lógica del mercado -dictada por los intereses de una minoría- quien ha provocado la crisis y lo que impide la salida.
Marx creía que el final del capitalismo vendría de la acumulación de plusvalías (primer libro de El Capital). Fue el filósofo alemán quien mejor analizó el factor multiplicador del dinero, la esencia de la especulación financiera, a partir de la teoría del valor de David Ricardo.
Pero Marx se equivocó porque minusvaloró la capacidad del capitalismo para redistribuir rentas sin poner freno a la especulación. Esta sintesis dialéctica provocó el aniquilamiento del sindicalismo obrero y el desarrollo del capitalismo avanzado, como muy bien analizó Marcuse en El hombre unidimensional.
Durante las últimas décadas hemos asistido al triunfo de un capitalismo financiero, ligado al final de las ideologías y de la política, o, como diría Marcuse, a la consolidación de un sistema capaz de integrar todas las alternativas dentro del modelo dominante del mercado («la sociedad cerrada»).
Pero lo que ha estallado es precisamente ese modelo, esa lógica del mercado, que es hoy un cadáver al que todos intentan resucitar sin querer darse cuenta de que su muerte es inevitable.
No es la economía la que nos puede sacar de esta crisis, sino la política. Hay que acabar con los embaucadores que nos venden que la salida está en el G-20 y en la reforma de un sistema financiero irreformable.
La solución está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Tanto que formamos parte de ella. Hay que volver a la política sin caer en los errores que provocaron las terribles masacres de un siglo XX desgarrado entre el fascismo y el comunismo.
Hay que invertir las prioridades y poner por delante la política, lo cual no tiene nada que ver con pactos entre los partidos ni con el consenso que propone el Rey, que implica cambiar para que todo siga igual.
La política supone la creación de una nueva escala de valores, de nuevas categorías para entender y cambiar la realidad. La solución a nuestros males pasa por el final de la tecnocracia y el renacimiento de la utopía, que es el motor que puede transformar el mundo. O sea, que nuestra conciencia vuelva a determinar el rumbo de nuestra existencia, que en eso consiste la libertad.
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Sí, ja ho sé. El text conté una lectura molt reduccionista, amb algunes errades conceptuals i tot el que vullgau, però creieu-me, alguna cosa està passant quan es ressucita l'obra de Marx en un mitjà liberal.
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