diumenge, 30 de setembre del 2007

Por o democràcia

Dimarts: he de recollir a Jose a l'aeroport. 22:15 hores. Dos policies nacionals em paren a l'entrada del pàrquing. Em fan obrir el maleter i me'l regiren.

23: 15 hores. Pujant per l'avinguda San Lorenzo, a la zona residencial del Vedat de Torrent, control de la policia nacional. Em fan reduir la velocitat, ens observen i ens deixen anar.

01: 30 hores. Baixant del Vedat, direcció a Torrent, un cotxe de policia nacional em segueix amb les llums blaves enceses. Pare. Ens fan algunes preguntes, ens diuen que es tracta d'un control rutinari i ens deixen marxar.

La setmana passada, vaig assistir a una conferència del director del Centro de Investigaciones Sociológicas, Fernando Vallespín, on va fer referència a les enquestes del CIS que reflecteixen quines són les institucions millor valorades pels ciutadans. I encara que puga semblar surrealista, la policia és una de les més ben vistes pel gros de la població. El professor Vallespín va posar aquestes dades en relació a la reducció d'allò públic i a l'augment de la por a les nostres societats.

No en va, ja ho va dir Thomas Hobbes al segle XVII: la por és el motor exclusiu de la constitució contractual de la política. Al text Libertad y seguridad: una nueva lectura de Hobbes, Eugenio Trías diu:

La erección del espacio político, a través de la libre creación del Leviatán, proporciona, según las previsiones de Hobbes, un valor muy peculiar: la seguridad. Un valor deseable que, sin embargo, cuando se erige en Máximo Valor, en sentido nietzscheano, tiende a engullir, de forma voraz y caníbal, los demás valores (libertad, justicia, buena vida; igualdad, fraternidad).

Esa seguridad que se postula puede ser el espoleo mismo de una violencia todavía más acelerada que la que proviene del
estado de naturaleza (según Hobbes). Esa seguridad erigida en Valor Máximo erosiona y arruina la libertad, sitúa en última fila la justicia, imposibilita la felicidad, o la buena vida, e interpreta por anticipado, como se ha visto, los grandes principios de la ilustración y de la revolución francesa y americana (fraternidad, igualdad, libertad) únicamente a través de su rostro más obtuso.

Nada es más terrible y deformante que el miedo. Ni nada es más fácil de inocular en unas sociedades en las que lo accidental es la forma democrática, mientras que lo sustancial es ese miedo que, mejor que el ántrax, puede propagarse cual epidemia a través de los grandes medios de comunicación de masas.

Un miedo como recurso indiscriminado en referencia a un Eje del Mal que únicamente tiende a fomentar y a acrecentar el Gran Terror que el Leviatán, incrustado en el centro del imperio, puede llegar a producir.

Una política erigida sobre el miedo, o que lo fomenta y propicia, o que tiende a inocularlo y propagarlo, es justamente la política que acaba triturando todos los restantes valores: la justicia, la libertad, la buena vida, la igualdad, la fraternidad.

Esta es la política que se construye desde el corazón de la tiniebla, la que promociona en el centro mismo del Imperio a "los hombres huecos" (según la expresión de T.S. Eliot.)

Parece como si el centro de ese Imperio universal, global, en la medida en que está regido de forma obsesiva (y enloquecida) por el Máximo Valor Seguridad, aupado por el miedo generalizado (real o inducido), se asemeje a lo que parece ser el centro de las galaxias: un agujero negro que va devorando de manera inexorable toda suerte de apelación a posibles ideales o valores (como libertad, justicia, igualdad, felicidad o fraternidad.)

Se necesita una política, con su reflexión pertinente, que ponga límites a esa sombra , aunque sin perder de vista su imperiosa presencia retadora. Ese sería el proyecto de una política del límite que insista en éste como lugar de instigación y prueba; también como el ámbito en el cual la filosofía puede proponerse y proyectarse: el espacio público, o cívico, en el que fecundar los valores afirmativos y positivos (de libertad, justicia, buena vida, igualdad y fraternidad) en una confrontación que los acrisole con sus respectivas sombras.

Respecto al valor seguridad debe decirse que encierra una paradoja en la que es importante insistir. Si se asume en exclusiva, o si se sitúa como "valor máximo" en el sentido nietzscheano, termina erosionando y aniquilando los demás valores (libertad, felicidad, igualdad, justicia).

Encontrar formas que no sean de flagrante desacuerdo entre una praxis política orientada por la libertad y la seguridad, eso es prueba de solvencia y virtud pública, o cívica. Pero la polarización radical en la idea de seguridad termina arruinando la libertad. Está claro que aquellos regímenes o formas políticas, o formas de estado, en los que este valor se ha impuesto como único y exclusivo, el primero en sufrir mengua y deterioro es la libertad; o en quedar dañado y lesionado por esta preponderancia exclusiva de la idea de seguridad, o por un exceso de presencia de ésta.

A la larga la justicia, o la evitación de injusticias, terminan situándose también en segundo plano. Retroceden siempre que el factor seguridad lo requiere. Y la vida en común termina entonces por sufrir en forma de defecto y carencia esta preponderancia excesiva, o esta hybris , que la obsesión por la seguridad puede ocasionar.

Ese höchste Werte, o ese Dios Seguridad, engulle y tritura todos los demás valores si llega a saturar el espacio de la inteligencia práctica en su uso público.

Lo más tremendo de ese exceso o desafuero, flagrante trasgresión respecto a una política del límite, consiste en que, por paradoja perfectamente comprensible, esa obcecación obsesiva en la seguridad termina generando lo contrario de lo que se pretende: máxima inseguridad. El estado de naturaleza , por usar la expresión de Hobbes, marcado por una violencia desatada, que se quería cortar de cuajo, acaba reapareciendo; y a una escala mayor, seguramente incalculable. El cosmos que se creía construir termina evidenciándose como verdadero caos; el orden que se quería preservar degenera en desorden; y la máxima sujeción al leviatán (que hoy asume forma imperial) degenera en anarquía desatada.

El miedo es una realidad emocional, afectiva, patética. Es una realidad existencial. Es responsable muchas veces la filosofía de olvidarlo, o de minusvalorar ese sentimiento. O de tenerlo poco presente. Lo tremendo de la lógica del miedo, si no se guía o conduce con la inteligencia prudencial de que hablaban los antiguos, es que abona el terreno para que se produzca el terror.

La seguridad alberga la paradoja de que si se toma en exclusiva como máximo valor que orienta la praxis política acaba generando con harta frecuencia un escenario de infinita inseguridad, de manera que las medidas que se adoptan para atajarla son a veces las que acaban produciendo un máximo de aquello mismo que se quiere combatir. Es pésimo negocio existencial y político sustituir el miedo a nuestros semejantes, en el sentido de Hobbes, por la enajenación de nuestra libertad en un instrumento que termine diseminando por todas partes algo a todas luces mucho más tenebroso que el miedo, el terror.

... Jo trie democràcia!